Salir de la crisis de imaginación

Con el ambicioso título “Exit. Salida de emergencia. La receta de los expertos para salir de la crisis”, la escritora Silvia Gelices publicaba hace unos meses un libro de entrevistas, y personas tan diversas como Arcadi Oliveres, Leopoldo Abadía, Raimon Samsó, Xavier Verdaguer, Xesco Espar o un servidor estuvimos entre los entrevistados.

En más de una ocasión, he comentado que lo que más me preocupa es la crisis estructural, la que va más allá de esta coyuntura y de nuestras fronteras, y que causa desde hace demasiado tiempo injusticias que nadie puede justificar en todo el mundo.

Ilustración en portada del libro “Exit. Salida de emergencia”, de Silvia Gelices

Pero, retomando lo que explicaba en el libro, aquí quisiera centrarme en otra crisis clave. En una muy relacionada con la más amplia y persistente: podríamos llamarla crisis de imaginación.

No educamos para que nuestros jóvenes sean creativos, para que aporten nuevas ideas al mundo. Y yo estoy convencido, según lo que he podido vivir, de que cada nueva generación tiene capacidades que no tenía la anterior.

Una cosa es de qué vivo, otra para qué trabajo

Se prepara a los jóvenes para que se adapten a la sociedad y encuentren trabajo, pero no para sacar las potencialidades que llevan dentro. Por eso creo que ésta es también una crisis de imaginación, porque no dejamos a los jóvenes que sean ellos mismos, porque tendríamos que educar no solo en conocimientos, sino en educación emocional, en educación para saber estar en el mundo.

Precisamente ahora, como tantas otras veces en las que se ha tramitado una reforma educativa, estamos inmersos en ese debate. Como recogía hace poco la prensa, colectivos de los ámbitos de las Humanidades y las Ciencias se quejaban, entre otras cosas, de una supuesta poca flexibilidad de los currículos educativos que se están realizando, aparentemente muy centrados en definir de forma exhaustiva qué conocimientos deben o no impartirse. No conozco esos planes al detalle, pero me preocuparía que fuese así.

Porque desde una educación que no vaya más allá de los conocimientos podemos ahondar en un entendimiento, para mí erróneo, de lo que es la economía y el trabajo, dejando de lado el desarrollo personal. A los jóvenes se les está diciendo, o se les ha dicho desde casi siempre, que hay que estudiar para ganarse la vida.

No, tienes que trabajar para ayudar a cubrir las necesidades de los demás, no sólo para cubrir tus necesidades. Si no, ni el mundo ni nuestra propia vida funcionan. Una cosa es para qué trabajo, y la otra es de qué vivo. Yo trabajo para que todo el mundo esté mejor, como explicaba en un artículo sobre qué significa para mí ser “banquero”, y vivo de un sueldo que obtengo por ese trabajo.

Hay que descartar la idea de que trabajo para enriquecerme. Y esto es lo que pienso que también hay que enseñar en las escuelas, y en casa, en las familias.

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