Hay una anécdota que me explican de forma repetida, personas distintas y diría que con cada vez mayor frecuencia. Comprando, se dirigen a caja para realizar el pago y, con la naturalidad de los gestos cotidianos, muestran al tendero o al cajero su documento de identidad y tarjeta bancaria, con la mente puesta ya en la llegada a casa o en cualquier otro evento posterior.
Pero, de repente, el gesto mundano, gris, se vuelve menos ordinario.
La persona al otro lado del mostrador esboza una sonrisa seguida de un “ah, ¿tú también eres de Triodos?”. O de “estos son los de la banca ética pero, ¿trabajan bien?”. Entonces, si el comercio no está demasiado concurrido, comentan cómo se les ocurrió hacerse clientes u, otras veces, empieza un interrogatorio tan amistoso como exigente de la persona a la que le suena lo de Triodos Bank pero quiere comprobar que realmente es un banco diferente que funciona. “Bueno, lo siento, me tengo que ir”, acaba diciendo el comprador mirando el reloj no sin sorpresa.