Cada día nos llegan noticias de guerras y conflictos en todo el mundo, y observamos, atónitos, como en todas partes miles de personas mueren, son mutiladas o sufren. Los conflictos y el sufrimiento se han globalizado, y creo que no exagero si afirmo que ya estamos en la antesala de una “guerra de todos contra todos”, no en el aspecto armado, pero sí en el de la confrontación.
Confrontación en cualquier ámbito de la vida, religioso, político, deportivo… la tendencia es el conflicto con el otro, y, ante la incapacidad de encontrar soluciones, la ruptura. Estamos convencidos de que la culpa siempre es del otro o de los otros, y que marcando distancia o huyendo solventaremos el problema. Y no nos damos cuenta de que hagamos lo que hagamos, vayamos donde vayamos, no nos desprenderemos del problema, porque el problema también somos nosotros.
También en lo que se refiere al medio ambiente los niveles de destrucción son incomprensibles, y los diversos encuentros de dirigentes mundiales (cumbre de Copenhague, Cumbre de Río…) se han mostrado totalmente incapaces de resolver la situación. Ahí también podríamos estar hablando de una guerra de todos contra todos, porque con la destrucción masiva de bosques y selvas, la contaminación de mares, ríos y acuíferos subterráneos, y la insoportable polución del aire en la mayoría de ciudades del mundo, nos estamos atacando y destruyendo los unos a los otros. Solo la discapacidad moral que nos ha invadido en los últimos tiempos puede ser la explicación de que se antepongan los beneficios económicos a la salud de las personas y de la Tierra.
Con todo, estos no son los peligros que más amenazan al futuro de la humanidad. En realidad solo son los síntomas o las consecuencias del verdadero problema que amenaza al ser humano hoy en día, de cuya resolución depende, a mi modo de ver, la evolución futura y el destino de la humanidad. Me refiero a la “contaminación del Yo”(1), al conjunto de contrafuerzas y contrapoderes que desde fuera y desde dentro invaden nuestra intimidad, nuestro Yo, y nos arrebatan nuestras grandes capacidades, nuestra esencia más humana: la libertad y el amor.
Y nuestro Yo, frágil aún como un niño pequeño que es, se convierte en una marioneta, en una caricatura de lo que podría llegar a ser: se convierte en un Ego. El Ego no tiene consistencia en sí mismo, y por eso necesita el éxito, el reconocimiento, el dinero, el poder… En cambio, el verdadero Yo no necesita nada de todo esto, es el centro de gravedad y de actividad de sí mismo; el verdadero Yo es el centro de conciencia de la propia existencia, y cuando esto se ha experimentado, aunque solo sea un instante, cambia por completo el sentido y el enfoque de toda la vida. Lo describió muy bien el gran poeta Juan Ramón Jiménez en el siguiente poema:
Yo no soy yo.
Soy éste que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
El verdadero Yo no busca la separación ni el conflicto, sino la comunión con otros Yoes, porque sabe que formamos parte de la misma unidad. Pero tampoco acepta algo como verdad porque sea la opinión de la mayoría. Hoy se acude a las encuestas y a las estadísticas como prueba de valor, sin tener en cuenta si esas mayorías son solo un grupo gregario de individuos sin criterio propio. Y se apela a criterios de identidad grupales basados en la religión, la raza, el sexo, la nacionalidad o el idioma, y se siguen enarbolando banderas que enciendan la sangre y muevan la voluntad. Pero eso no es la libertad, al menos no a la que yo aspiro. Como ser humano, reivindico el derecho a la autodeterminación de los individuos. Me interesan todos los seres humanos, por encima de sus diferencias. Lo importante es qué podemos hacer juntos para construir un mundo mejor. Sé que, si tengo verdadero interés y estoy receptivo, cada uno me aportará la riqueza de su diversidad.
Por eso ya hace tiempo decidí que mi única patria sería el Universo, y mi única bandera el cielo estrellado. Y los únicos ideales que me emocionan son los de la verdad, la belleza y la bondad; ellos son los que me acompañan y me guían certeramente en mi camino hacia el autoconocimiento y hacia la libertad. Me encantaría compartirlo con todos vosotros.
(1) He tomado prestado este título de un manuscrito de una conferencia que debía pronunciar en Zurich el autor invidente Jacques Lusseyran, y que al final no pudo ser porque falleció en accidente automovilístico mientras se dirigía a su destino.
Descubrí hace poco el blog y me he suscrito al mismo.
Gracias por el artículo. Es estupendo.
Hay muchos artículos anteriores que seguro deben ser interesantes e intentaré leer.
Muchas gracias Joan
Impresionante, enhorabuena por tu precioso post. Nunca dejes de escribir por favor. Nos alegra el alma después de ver muchas cosas en un día normal.
Saludos
Muy bueno. Me ha encantado leerlo. Gracias por compartirlo con nosotros/as.